La fiebre...
es intensa en mi nostalgia
y se extiende rauda
inquietando mis recuerdos.
Descubro,
la cortina roja de mi ventana...
y las sombras de la noche
hieren mis ojos.
Y en mis sueños silenciosos
la desmesurada ciudad...
es insensata.
Escucho pasos que se acercan y el rumor de voces. Creo distinguir las de dos personas, después me parecen tres, quizás más. Todo es muy confuso. Se extinguen las voces. Se alejan los pasos. Silencio. Tal vez estoy soñando. No, no es un sueño. Me duele el brazo izquierdo, no puedo mover bien la mano, la tengo entumecida. Alargo un poco el brazo y las puntas de mis dedos tropiezan con algo frío
Son las nueve y no tengo ganas de levantarme, ni el olor del café, ni los huevos revueltos que está preparando la Daniela me mueve. Mira que es buena mi mujer y cómome engríe. Trabaja de lo lindo en el supermarket portugués y después se ocupa de la casa y de este holgazán que soy yo. Si que trabaja mi mujer. No sé cómo soporta esta situación
Lo que durante mucho tiempo se había considerado un mito, dejó de serlo. Es el resultado de un estudio realizado por científicos de la Universidad de Florencia, Italia. Aqui comparto el artículo publicado en:
Aparecían tímidos rayos de sol entre las persianas, las ventanas se resistían a continuar brindando resguardo nocturno. Dentro de unos minutos repicarían las siete campanadas de la iglesia de la esquina del barrio italiano, que ahora más parece un barrio latino. La luz del día se hacia notar lentamente y los habitantes del lugar despertaban con una frialdad de ánimo, desabridos como el pálido otoño...
Recuerdo aquella noche de diciembre, las casas y edificios adornados por las festividades de fin de año, tú y yo en el coche mientras atravesábamos Manhattan. El recorrido lo hacíamos sin pronunciar palabras, únicamente la voz romántica de Charles Aznavour rompía el silencio. Solo escuchábamos su voz y nuestra respiración, cada vez más entrecortada.