Recuerdo aquella noche de diciembre, las casas y edificios adornados por las festividades de fin de año, tú y yo en el coche mientras atravesábamos Manhattan. El recorrido lo hacíamos sin pronunciar palabras, únicamente la voz romántica de Charles Aznavour rompía el silencio. Solo escuchábamos su voz y nuestra respiración, cada vez más entrecortada.