El hombre salía temprano.
La Palmita Café, lo esperaba
como todos los días.
Recorría el mismo camino
desde su casa, en Elizabeth Avenue.
Sentía casi con placer
el bailoteo en su espalda
de su mochila y sus recuerdos.
La nostalgia que asomaba de su bolsa
y una mano levantada
saludando a nadie.
Parecía la mano
del hijo que no tenía,
pero que hubiera podido tener.
Imaginaba siempre
que andarían unidos
espalda con espalda
y pensando con una sola cabeza.
Tal vez le llevaría con él a la huerta
y descubrirían juntos
los secretos ocultos bajo la hierba.
Escucharía una voz:
Papá, me gusta la fresca tierra
y las lombrices y los hongos y las piedras…
Allá en ese pequeño país
el hombre siente la soledad,
lleno de ecos infantiles.
Por eso,
la novel paternidad
sostiene firmemente la herramienta por el mango
y la ubica a la altura de la vista,
después lo dirige hacia la tierra
y pasa ratos alejándola y acercándola
a su memoria
para mirar debajo de la hojas
y buscar de ese hijo
que nunca lo dejaría solo.
Entonces la herramienta
recoge las hojas
y las esparce al viento.
Ninguna otra de sus herramientas
hacía labor tan sublime.
Solo su añoranza lo convertía en padre
y separaba su alma del trabajo
y le llevaba a volar libremente.
El futuro no importa,
los sueños…
quedarán suspendidos en el aire
hasta mañana.
Y el hombre…
usará su herramienta y la nostalgia
para encontrar…
a su hijo.
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